Toda tarea de cambio y transformación que
incida en el protagonismo del sujeto debe apoyarse en un leimotiv que lo haga posible.
Este puntal no es otro que el amor, una
manifestación más de la riqueza del término Cura.
No en vano, esta palabra latina procedente del coera era utilizada en un contexto de relaciones de amor y amistad.
Expresaba
la actitud de cuidado, de desvelo, de inquietud y de preocupación por la
persona amada o por un objeto con valor sentimental.
Según
otros, el término cuidado derivaría de cogitare – cogitatus que se corresponde
en las formas de coyedar, coidar, cuidar. El sentido de cogitare – cogitatus es
el mismo que el de Cura: cogitar, pensar, poner atención, mostrar interés,
manifestar una actitud de desvelo y de preocupación[1].
La delicadeza, solicitud y celo que acompañan
el verbo cuidar son algunos de los atributos que señalan la dimensión cálida y
amorosa de toda actividad y actitud que se vertebre mediante el Cura.
El amor es, entonces, un camino más para
desvelar la riqueza del Cura sui. Una
actitud de cuidado tierno, de atención, de presencia y de calidez. De tacto, de
sentir, de emoción.
Si nuestro presente bascula entre la incuria,
la falta de cuidado y el exceso, el narcicismo, retomar el verdadero
significado del término debe ser una tarea minuciosa, constante y atenta. Una
tarea que si bien debe iniciarse hacia nosotros mismos, puesto que es la
condición de posibilidad de la práctica del Cura sui, debe, también,
desplegarse ante nuestro entorno como otra forma de relacionarnos más solidaria
y cálida.