dimecres, 14 de març del 2012

El cuerpo es un olvido


Merleau-Ponty casa diafragma con afectividad. Coletazo más de su rica noción de subjetividad encarnada. Mirada y pacto de paz entre el pensar y la corporalidad, entre la filosofía y la carne.

Sus escritos, como tantos otros, son escombros de un pasado que no parece tener presente ni porvenir. El cuerpo continua siendo maniquí a embellecer, herramienta para trabajar, materia a redimir, sublimar o castigar. Una propiedad privada, un espacio sellado.

Sin embargo, el cuerpo dibuja siempre, tan visible y transparente, nuestra forma de habitar el mundo. Contornea, manifiesta y aflora ese fortín, a veces conocido otras por conocer, de culturas, juicios, edades, experiencias, ideas, sexos, cosmovisiones, tradiciones… con los que vamos tejiendo (porque tejemos y no recibimos) aquello que nombramos como Yo, de nuevo, conocido o por conocer.

Hay cuerpos sedosos, maltrechos, laboriosos, sedientos, opulentos, castigados, juveniles, enfermos…

Es el cuerpo el puente entre mi cosmovisión y el mundo. Lo es, junto con la mirada y el habla, en el gesto, la expresión, el impulso o la retención.

El cuerpo acompaña, a cada instante, mi pensar. Lo enfatiza, transgrede, contradice o censura.

No obstante, el cuerpo es un olvido, un terreno sin tierra. Una sombra inquietante, un yo – a – combatir. Una guerra silenciosa.

Es una fuerza que, en fantasía aflorada, nos arrastra hacia aquel miedo más soterrado. Aquello que nos conecta con nuestro instinto, la agresividad, el llanto, el deseo, el cansancio, la fuerza, el sexo, el gozo, la ternura, el hambre…  La rutina, amén el ideal y ante el miedo a lo desconocido y lo incontrolable, es la disputa con nosotros, haciendo más temible aquello que desconocemos.

Y apretamos, desconectamos, tensionamos o bloqueamos.

El vientre, como la mandíbula, el entrecejo, las manos, los hombros o la mirada, es un hilo más por rastrear y descubrir.

El vientre. Una madriguera en movimiento, una bomba de relojería, un escondite acorazado, una tierra en barbecho. Una puerta por abrir, un lugar desde donde inhalar.

¿Diafragmas afectivos?    


Nacho

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