Llamamos terapia al proceso mediante el cual aquél que lo
realiza recorre un camino para solucionar
algún tema que lo afecta.
Ese afectar acostumbra a ser doloroso, ansioso,
triste, depresivo…
El solucionar que
mentamos es una muletilla, ya que un proceso terapéutico no tiene por objetivo
restaurar unos hechos, vivencias, sentimientos o, incluso, personas. Un camino
terapéutico tiene por objetivo, principalmente, abrir los ojos, contactar con
nosotros (en los tres niveles: mental, emocional y corporal) y hacernos
responsables de aquella parcela que nos es propia: nuestra capacidad
emancipadora, transparente (con nosotros y los otros) y activa.
Especialmente, es ir desvelando ese juego que todos hemos
ido creando para evitar frustraciones, miedos, deseos, rabias o necesidades.
Ese velo repleto de ideas, juicios y creencias que, como un castillo, nos
evitan contactar con otra parte nuestra más fresca y vital.
Un proceso terapéutico consiste, también, en un
redescubrimiento de nuestra dimensión afectiva y corporal. Una dimensión que
nuestro entorno y cultura ha mirado de controlar menospreciando los lloros, los
miedos y los deseos. Este proceso, por tanto, se encamina no sólo a descubrir
esa parte, sino también a darle un espacio desde la ternura y la aceptación,
equilibrando una dura tensión personal entre el debería y el querría.
Finalmente, recobrando la definición inicial, tomamos
conciencia, echando una mirada a cada experiencia personal, que terapia, como
indica la palabra, es un proceso de cura, un mundo más amplio.
Una cura que, quizás, al inicio necesita ser paliativa pero
que deviene y es, en el tiempo, un proceso de descubrimiento y crecimiento.
Esta segunda dimensión, este camino de apertura, se
convierte en un hilo dispuesto a ser
estirado. Una invitación para la frescura y el auto-apoyo.
Nacho
Nacho
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada